Cursillos de Cristiandad > Reseña histórica > II. El viraje del 7 de Enero de 1949
41. Cuando todos los cursillistas integraban la AC, no había problema para que perseveraran ya que estaban inmediatamente enmarcados por la Escuela de Dirigentes y las reuniones semanales. Pero abriendo el Movimiento a todo público, era evidente que las reuniones de grupo no iban, ellas solas, a responder a las exigencias de los cursillistas que quieren fraternizar con todos y no solamente con algunos. Además, para despertar a la gente a la realidad Iglesia, la reunión de pocos no bastaba; al contrario, se corría el riesgo de crear un gheto. Vino entonces la idea de establecer un encuentro semanal abierto a todos los cursillistas, independientement de sus grupos, cuya finalidad sería parecida a los encuentros que habían vivido, el año anterior, los peregrinos en el camino a Compostela. O sea, era un encuentro para darse mútuamente ánimo y para compartir la alegría de saberse unidos en el mismo peregrinar. He ahí el porqué se dió a estas reuniones el nombre de «Ultreya», palabra antigua que usaban los peregrinos de Santiago cuando se encontraban entre ellos para saludarse y animarse a lo largo del trayecto. Esta palabra, posiblemente derivada del latín ultra, significa «Adelante», y la AC bautizó así uno de sus boletines. Pero no fue sino en 1953, que la palabra Ultreya será atribuida a un tipo de reunión (Rohloff, p. 49).
42. Esta reunión llamada Ultreya rompía todos los moldes de las piadosas reuniones de esta época. He aquí como la describe Forteza, según su manera de ver, en su libro sobre la historia de Cursillos:
«A medida que los asistentes van llegando al lugar y hora convenidos. se agrupan espontáneamente en pequeños núcleos de entre 3 y 6 personas, que deliberadamente se procura que sean distintas entre sí cada semana, intentando que converjan en el grupo algunos que ya se conocían y otros que se presentan entonces. Proceden, previa invocación al Espíritu Santo por cualquiera de ellos, a comunicarse los logros, las dificultades y los proyectos que cada uno de ellos ha experimentado en su vida durante la semana, con el mismo esquema que usan en su reunión de grupo, pero indudablemente de forma menos pormenorizada, en un tiempo total de media hora. Después todos son convocados al salón conjunto, donde un seglar asume el papel de rector, como en el Cursillo, y convoca primero al rollista de la semana, para que exponga cómo es su vida, durante unos 15 o 20 minutos, y después, a otros 4 o 5 asistentes para que hagan su crítica o comentario al rollo, en intervenciones que no suelen superar los dos minutos por persona.
Para que un planteamiento tan abierto y vital como éste fuera asumido por la Iglesia, Eduardo y su grupo tuvieron que aceptar entonces que se reservara a un sacerdote otro tiempo significativo de intervención final, para centrar doctrinalmente lo que allí se había hablado...
Después de que el rector comunica las noticias del Movimiento que cree de interés general, y si existe una capilla próxima, se efectúa en ella una «visita sonora» de todos ante el Sagrario» (pág. 44-45).
En conclusión, Don Gayá afirmará que «toda Ultreya debe ser a la vez formativa y experiencial». Lo que nos lleva a hablar ahora de formación.