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Cursillos de Cristiandad > Reseña histórica > I. Génesis del Movimiento de Cursillos

Eduardo Bonnín

Eduardo Bonnin Eduardo Bonnín Aguiló: un nombre inevitable en la historia del Movimiento. Es uno de los seglares que más se comprometió, desde sus comienzos. Nació el 4 de Mayo de 1917 en una familia de comerciantes que exportaba granos y frutas secas. Una prolífica familia de 10 hijos, todos varones, que permanecía en relación con los círculos literarios de la isla, a causa de su parentezco con el patriarca de la literatura mallorquina: Marian Aguiló. Eduardo hizo sus estudios donde los Augustinianos y en el colegio La Salle de Palma,  pero sobre todo con profesores que sus padres contrataban a domicilio a fin de asegurar a los hijos una enseñanza en todo conforme a la Iglesia. Es de notar que Eduardo y sus hermanos llegaron a la edad escolar en pleno período republicano, cuando la enseñanza — al decir de los católicos tradicionales, y por lo tanto de sus padres — estaba «infestada de ideas disolutas» que se infiltraban aún en los colegios religiosos... Otra razón que justificaba esta decisión de la educación a domicilio, era la voluntad de los esposos Bonnín de impedir que sus hijos fueran víctimas de la discriminación que reinaba todavía en Mallorca en esta época. Discriminación que se ejercía contra todos los que llevaban un nombre de familia descendiente de los judíos convertidos al catolicismo en Mallorca bajo la pressión de la Inquisición (entre los siglos 15 y 16) y que debían, a pesar de su conversión, vivir en ghetto y casarse entre ellos.

11.      Eduardo fue educado, pues, en un ambiente de fé católica profunda pero en un ambiente cerrado, no teniendo otros contactos que los de su familia con el comercio y los ambientes rurales de la isla. Los que lo conocieron, en esta época, lo describen como un jóven adolescente con una gran preocupación cultural y religiosa, brillante en sus relaciones con los demás a pesar de una aparente timidez, y de un sentido muy desarrollado del humor.

12.      En 1937, Eduardo tuvo una  experiencia determinante en su vida: el servicio militar obligatorio. Aunque era en plena guerra civil, no se le mandó al frente sino que utilizaron sus servicios en diferentes oficinas debido, sin duda, a sus grandes capacidades intelectuales y también, a causa de sus pies planos que caracterizaron siempre su caminar. (Su vida militar se prolongará excepcionalmente durante nueve años, hasta el 1946). Abandonando los ambientes cerrados y tradicionales de su isla para entrar en el ejército, Eduardo hacía contacto con todas las clases sociales y la realidad más auténtica de la juventud masculina de su tiempo. Eduardo llegó a la conclusión — y esto se revelará fundamental después — que el tipo normal que frecuentaba en el cuartel, aún cuando vivía en un ambiente no solo descristianizado sino hasta hostil a la religión, conservaba sin embargo intacta una serie de valores evangélicos. Hasta llegó a pensar que esta gente era fundamentalmente más cristiana que los católicos de los ambientes piadosos que conocía a perfección.

13.      Estos valores evangélicos de los ambientes no cristianos (como por ejemplo el rechazo de la mentira y de la hipocresía, la alegría sin máscara, la abertura a todas las clases, el sentido de la amistad, etc.), lo sorprendieron como sólo podía suceder a un jóven que había sido formado considerando a lo no cristianos como «los otros», es decir practicamente enemigos potenciales. Para entender bien aquello, hace falta decir algunas palabras sobre la juventud católica de esta época. Al principio de los años cuarenta, en España, los jóvenes se inscribían en dos tipos de estructuras impermeables la una de la otra.  Por una parte, estaban los jóvenes de la clase económicamente elevada que habían estudiado en los colegios religiosos y se sentían naturalmente llamados a ocupar los puestos importantes del régimen instaurado por Franco. Todos eran practicantes fervientes y pertenecían a las Congregaciones mariales u otras asociaciones para la élite, como el Opus Dei (que estaba empezando entonces). Por otra parte, había una minoría de jóvenes de la clase media, y sobre todo rural, que conservaba su practica religiosa colaborando con el clero secular en las parroquias o conventos religiosos de congregaciones no docentes y en actividades que les proporcionaban diversiones que se llamaban entonces «no pecaminosas». Estos grupos se reunieron en la AC creada por el Papa Pío XI. Es en esta franja socio católica de segunda clase que se encontraba Eduardo Bonnín.

14.      Un día, el arquitecto José Ferragut, presidente de la AC de los Jóvenes en Mallorca,  buscando personas influyentes, descubrió a Eduardo. Desde el primer contacto, sintonizaron por completo en sus inquietudes. En esta época, como lo afirmó un testigo, el militar Bonnín «tenía siempre un libro en las manos y estaba siempre de buen humor», dos cosas que contrastaban enormemente con el ambiente de los cuarteles de España. Estos dos rasgos — autodidacta y optimista — parecieron a Ferragut los más indicados para implantar el nuevo estilo de peregrino que Don Aparici quería suscitar. Ferragut alcanzó a convencer a Eduardo — que tenía entonces 26 años — para que  asistiera al segundo cursillo de jefes de peregrinos que dirigentes nacionales de AC iban a dar en Mallorca durante la semana santa de 1943. Ferragut se esmeró en aprovechar bien la ocasión preveniendo el equipo de los animadores para que diera a Eduardo un tratamiento especial — lo que se revelará fundamental en el porvenir.

15.      No es fácil resumir lo que era este cursillo de jefes. Pero es importante hacerlo ya que  varias piezas de este rompecabezas se incorporarán en lo que volverá a ser nuestro Movimiento. Este cursillo duraba una semana entera y empezaba por un retiro, en silencio. Durante la semana, el sacerdote animador se contentaba en dar cinco charlas sobre el mismo tema, o sea la gracia (pues, recuerden que querían formar jóvenes en estado de gracia para ir a Compostela), el Padre hacía una meditación cada mañana, y dispensaba los sacramentos. Un seglar, nombrado irónicamente rector (como si los jóvenes fueran en la universidad), dirigía el programa así como un equipo de colaboradores (llamados profesores) que trataban entre otros, los temas siguientes: la piedad, el estudio, la acción. (Reconocieron sin duda el  trípode). Estos tres temas provenían de una consigna que el Papa Pío XI había dado a la AC italiana algunos años antes y que se había vuelto muy popular. Se emplearon por primera vez, según Rohloff (pág. 31), en Febrero de 1940.

16.      Fuera del retiro del principio, todo se desarrolaba en un clima de comunicación donde  los intercambios, lejos de estar prohibidos, constituían en gran parte la eficacia de aquella sesión. Se promovían mucho los cantos religiosos o folklóricos, para expresar el ambiente que se quería dar a la peregrinación. Se distribuían a los participantes en grupos de diez que  se llamaban por eso « decurias » (como en el ejército romano), y cada grupo debía designarse un presidente y un secretario. Por la tarde, se presentaba al grupo un «diario mural» que resumía el día. Bonnín vivió intensamente esta sesión que iba a provocar un viraje histórico no sólo para él sino también para el porvenir del futuro Movimiento.

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