La primera razón de ello es que, si se quiere hablar del aspecto más importante del fin de semana, hay que mirarlo como una vivencia. Y una vivencia se transmite dificilmente con simples palabras.
Tomemos un ejemplo... Para descubrir verdaderamente y admirar con fascinación la belleza de una vidriera, ¿no habrá que contemplarla desde el interior?.. ¿Cómo uno desde el exterior podría apreciarla, viendo sólo los vidrios empañados y las ranuras de plomo?
Así es el Cursillo; hablar de ello no es suficiente. Cuando se habla, se tiene la impresión de ir dejando de lado lo esencial.
La vivencia del Cursillo es tan profunda que es difícil explicar porque toca el misterio de Dios.
¿Quién podría predecir por cuál elemento del Cursillo la gracia hará su camino, cómo Dios tocará tal persona en lo que tiene de especial y único?
Finalmente, una tercera razón - menos profunda - que nos detiene a hablar de ello muy abiertamente, es que el fin de semana lleva en sí un cierto número de sorpresas agradables que es preferible no revelar para guardarle a esta vivencia toda su frescura y su dinamismo (su "impacto").
El fin de semana comienza el jueves por la noche y termina el domingo siguiente en horas de la tarde. Durante esos tres días, se desarrolla el "pequeño curso" (cursillo) sobre los aspectos fundamentales del cristianismo. Como ya lo hemos mencionado, dicho "curso" no tiene ningún aspecto académico. Es a base de testimonios concretos ("rollos") dados
principalmente por unos laicos y a los cuales se reacciona en equipos (intercambio en grupos).
Entre esos "rollos" e intercambios se intercalan unos cantos y momentos preciosos de descanso como también francas risas y oraciones. Todo el fin de semana se desenvuelve en un clima de libertad, de respeto, unos con otros y de calor humano. El tiempo pasa sin que uno se dé cuenta.
Si algunos llegan el jueves por la noche con inquietudes y reticencias, son pocos los que no salen de allí regocijados y transformados. ¡Es una viviencia inolvidable!